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Comienza un nuevo curso

Escrito por Jorge.

De nuevo estamos en septiembre y empieza toda la vorágine que se monta alrededor de este mes: la vuelta a casa, la vuelta al trabajo, los síndromes postvacacionales…..y, cómo no, la “vuelta al cole”.

De momento, sólo para los alumnos de Primaria e Infantil, ciclo este último que, como ya se viene haciendo desde hace varios años, comienza con el llamado “período de adaptación”.
Este periodo consiste en hacerles más fácil a los niños de 3 años la incorporación al colegio: grupos más pequeños y sobre todo, horarios “reducidos”, a veces de dos o tres horas solamente, que hacen que muchas familias tengan que seguir haciendo verdaderos “puzzles” para poder compaginar el horario de trabajo con el escolar. Sin embargo, esta adaptación resulta realmente efectiva y necesaria para el pequeño.

Vuelta al cole

Vuelta al cole

Otro de los puntos “calientes” de este inicio de curso es el tema de los recortes en educación, que han dejado a muchos profesores fuera del colegio, por lo que tocan a más niños por aula.
Además muchas familias este año han visto como las becas de libros y comedor asignadas habitualmente han desaparecido, viéndose afectadas en Aragón unas 300.000 familias, aún cumpliendo los requisitos establecidos por la DGA.

Esto supone que los centros puedan encontrarse con un elevado número de alumnos que el primer día de clase acudan sin libros. Y, ¿qué hacer? ¿no dejar entrar a los niños en clase? ¿dar las clases normalmente y el que no tenga libros que se las apañe como pueda? ¿improvisar una nueva forma de dar clase sin textos para que no existan diferencias entre los alumnos?
Para evitar esta situación y paliar los efectos más negativos, muchoscentros se han movilizado y buscado diversos recursos, como crear un “banco de libros de texto”, reutilización de libros de otros cursos, préstamos de textos entre unos colegios y otros e incluso se van a utilizar los mismos textos de un año para otro, a pesar de los cambios de las editoriales.

Con todo esto, recortes, incrementos de las ratio, falta de becas……muchos padres se empiezan a preguntar si sus hijos van a estar bien atendidos en el colegio, si la calidad educativa va a seguir igual o va a empeorar. Pero desde aquí he de hacer un llamamiento a la tranquilidad, porque los profesores hacemos todo lo que está en nuestras manos para impartir una educación de calidad, sin que los tiempos que corren hagan mella en los chavales, al menos en lo que a enseñanza se refiere, porque ellos siguen siendo nuestro futuro y porque creemos firmemente en la educación como base de nuestra cultura.

No me gustaría terminar estas líneas, mi primer post en este blog,  sin enlazarlas con el magnifico articulo del periodista Carles Capdevila, que plasma con gran aproximación la labor de un profesor hoy en día: educar por encima de todo.

Publicado en octubre de 2009. «Una siesta de doce años»

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los
niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que
hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete
hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora
de volver a casa. Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la
desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a
comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a
 la coca. Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica
para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que
exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de
adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega
 o Mi hijo se droga. Los niños de entre dos y doce años no tienen quien
les escriba.

Desde que abandonan el  pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren),
desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han
enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica:
descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a
 andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a
la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo
 al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta
educativa de diez o doce años.

Alguien se estremecerá pensando que este período es
precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo
los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que
nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los
sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres
que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los
podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han
intentado siquiera. Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones,
 y la educación es bastante más que un problema. Pido perdón tres veces:
 por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda,
por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo,
 porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi
doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son
PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre)
 y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación
(es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).

Pero estoy harto de que la palabra más utilizada
 junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a
aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir
 titular con ‘huelga’.

La escuela hace algo más
que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y
vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es
la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo
padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el
trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a
 los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se
dedica a educar a mis hijos? Por esto me duele que se hable mal por
sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por
hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las
tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan
 en una playa de Hawái están encerrados en alguna escuela de verano,
haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más
adecuados.

Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace
 falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y
 moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza
imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres
que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os imagináis un
 país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años
más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más
decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía? Las
 leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para
 convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen
maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la
mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos
 y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por
lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.


Jorge Gracia. Profesor, actualmente director de Primaria en el colegio El Carmen y San José de Zaragoza. Profe de vocación y papá reciente, la enseñanza es una de mis pasiones. También he trabajado con niños más pequeñines en guardería.

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  1. Jorge

    11 septiembre

    Hola! Querría hacer una aclaración a propósito de una observación que me han hecho a través de la página de conpequesenzgz en facebook. Quiero explicar porque me gusta, en general, el texto de este periodista.

    Lo primero, gracias por leerme. Este es un texto de hace ya unos pocos años, y habría que leerlo en su contexto. Es un escrito bastante popular entre los profesores porque principalmente un periodista alaba nuestra labor, cuando en los medios siempre escuchamos más críticas que otra cosa.
    Creo que el autor, periodista y padre, tampoco busca generalizar, aunque claro, no sé exactamente qué le pasaba por la cabeza al escribir el texto. No compartiría el que los padres no educan. Me quedo sobre todo con lo que nos cuenta de que hay poca literatura dirigida a padres de hijos entre 2 y 12 años, y con este fragmento:
    «Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos? »

    Lo he incluido en mi primer post porque es una inyección de moral a una profesión que me gusta por encima de todo, incluso en estos tiempos que ahora atravesamos. Y sí, aún con todas las circustancias en contra, muchos maestros estamos dispuestos a seguir dándolo todo por la educación de nuestros hijos.

  2. Inde

    11 septiembre

    Hola, Jorge: he sido yo la que ha puesto los comentarios en el FB de conpequesenzgz. Los releo ahora y veo que el primero me ha salido demasiado duro; me he enfadado porque considerabas «magnífico» un texto que habla tan mal de los padres. Para hablar bien de los maestros (cosa necesaria, en eso te doy la razón) no es menester descalificar a la otra parte del equipo.

    No sé cuál era el contexto en el que el artículo fue publicado, ni tampoco, desde luego, lo que le pasaba por la cabeza al escribir; me limito a leer lo que escribió, y en el contexto en el que tú lo insertas, que es nada menos que el inicio de una colaboración en un blog (por cierto: gracias a ti por escribir. Escribir significa arriesgarse y digo esto con conocimiento de causa). El texto no me gusta, no me gusta su tono despreciativo hacia los padres ni algunas de las cosas concretas que dice. Por ejemplo, dice que su condición de padre le invita a criticar a los maestros por hacer demasiadas vacaciones, como si el hecho de ser padre llevara aparejada automáticamente la crítica al maestro, sí o sí, por naturaleza. Y generaliza, ya lo creo que generaliza. Relee este fragmento, que es el mismo que he reproducido en facebook:

    «Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.»

    Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo con esto, y me sorprendería que tú lo estuvieras. Como maestro, estoy segura de que te las habrás tenido que ver con padres impresentables; pero también estoy segura de que habrás conocido a padres normales e incluso buenos. La mayoría de los que no dicen nada se entiende que es porque están conformes, o de otra manera protestarían. Lo que habría que pedir es que se manifestaran a vuestro favor, porque lo que sí ocurre, en general, es que estamos prontos para la protesta y casi nunca para el agradecimiento. Pero de ahí a afirmar que los padres nos echamos una siesta educativa de diez o doce años va un trecho demasiado largo… y que no es verdad. Unos lo haremos bien y otros lo haremos mal, pero son poquísimos los que se desentienden en absoluto de sus hijos.

    En cualquier caso, y termino ya porque me estoy enrollando demasiado, la cuestión de fondo es lo que te decía al principio: reconociendo que es preciso que se valore y reconozca más la labor de los maestros, que se refuerce su autoridad y su estima como profesionales, no me parece una vía sensata para lograrlo la de cargar contra los padres; que también, por cierto, somos un colectivo bastante apedreado en general. Nunca lo hacemos bien, vaya. O estamos demasiado encima de ellos y no los dejamos vivir, o los desatendemos; o los sobreprotegemos o pasamos de ellos; si trabajamos, mal y si no trabajamos, también mal. Los padres tampoco tenemos buena prensa.

    Padres y maestros necesitamos cauces que nos hagan cómplices, no desacreditarnos mutuamente.

    Perdona por el rollazo y por el cabreo inicial de mi primer comentario en FB. Un abrazo.

    • Jorge

      12 septiembre

      Hola Inde. Gracias por tu comentario.
      Por supuesto que no estoy de acuerdo en lo de que todos los padres se echan una siesta educativa en esos años cruciales. El periodista es padre, así que supongo que tampoco quiere generalizar, sino se incluiría.
      Y coincido plenamente con tu frase de que padres y maestros tenemos que ser cómplices. La educación de las futuras generaciones es clave para la sociedad.
      Cambio la palabra «magnífico» para definir el artículo.

      Un abrazo y gracias de nuevo.

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