Por Pilar Arruebo y Elisa Feijóo
Carla Navarro (Zaragoza) es musicoterapeuta. Y para ella la musicoterapia supone algo más que un trabajo: una labor de vida. Aunque para muchos quizás sea una disciplina desconocida, Navarro supo que sería su camino cuando escuchó hablar de ella por primera vez en clase. Concretamente, en el conservatorio. Allí, uno de sus profesores mencionó esta disciplina y explicó el impacto que tiene la música en los humanos. Así fue cómo descubrió la musicoterapia, una palabra que unía sus dos pasiones: la música y la terapia. Una mente inquieta que tenía ganas de cambiar las cosas. De ayudar. Por ello, hace algo más de un año que creó “Latir”, una entidad sin ánimo de lucro cuyo fin es el desarrollo de programas de musicoterapia clínica en el ámbito hospitalario. Actualmente prestan su labor asistencial en la UCI Neonatal del Hospital Materno-Infantil «Miguel Servet» de Zaragoza.
Musicoterapia y niños
“La música llega donde las palabras no pueden”. Así es como Carla entiende lo que se ha convertido en su razón de ser: la musicoterapia. Y no, como la misma Navarro dice, “la musicoterapia no es tocar un violín dentro de la sala de UCI de un hospital”. Es algo que va más allá. Una disciplina conocida por ser el engranaje entre la salud y la música: una terapia no farmacológica que utiliza los elementos de la música, los parámetros del sonido y el silencio para ayudar en el proceso de rehabilitación de una persona y para mejorar o mantener las capacidades latentes, a pesar del proceso de enfermedad en el que se encuentra, favoreciendo su bienestar y calidad de vida.
Carla explica que la música no es algo pasivo, sino un instrumento capaz de ayudar a las personas. Dentro del ámbito hospitalario, el musicoterapeuta, integrado dentro de un equipo multidisciplinar, es el encargado de apoyar el desarrollo neurológico y el bienestar psicoemocional. Tras años dedicados a la investigación y la música, en la actualidad Navarro trabaja mano a mano con los pacientes pediátricos. Con los más pequeños. Y todo gracias a una idea. Una ilusión. Un sueño que se hizo realidad, el proyecto “Latir”: el programa de musicoterapia para bebés y niños ingresados en la UCI Neonatal y de Neonatología que surgió gracias a una tesis doctoral.
Latir: «El sonido de la vida»
El programa ‘Latir’ es fruto de una investigación científica en la que se demuestra el efecto de la música en los bebés prematuros. Tras finalizar su tesis doctoral, Navarro descubrió que gracias a la música, los bebés prematuros, nacidos con un peso inferior a los 1.500 gramos, conseguían mejorar su estado de bienestar, reducían de manera significativa su frecuencia cardíaca y respiratoria y aumentaban los niveles de la saturación de oxígeno en sangre.
Además, a través de este proyecto, Carla consiguió que las madres tuvieran un mayor contacto visual y corporal con sus hijos, a través de la voz hablada y cantada, favoreciendo el desarrollo de conductas vinculares entre ambos. Tras descubrir que lo que hacía tenía un sentido, no se lo pensó. Por ello, ahora, la música y ella son los pilares fundamentales de Latir, un proyecto que trabaja mano a mano con los más pequeños.
Actualmente Carla desarrolla su labor asistencial en la UCI Neonatal del Hospital Materno-Infantil «Miguel Servet» de Zaragoza En el hospital, Navarro hace que la música traspase todas las fronteras. Sus sesiones duran 20 minutos –el tiempo máximo de exposición ante el estímulo musical– y los bebés están casi siempre sobre los brazos de sus madres o padres, quienes son los verdaderos protagonistas -a través de sus voces- del proceso de mejora de sus hijos. “Ofrecemos un espacio que transforma el ambiente hospitalario en un lugar más cálido y menos hostil”, apunta la musicoterapeuta. La música creada entre el violonchelo, la musicoterapeuta y los padres de los bebés crea una envoltura sonora que permite centrarse en el bienestar de los pequeños seres humanos que se tienen delante.
Beneficios de la musicoterapia
Para todos aquellos escépticos acerca de los beneficios que reporta la musicoterapia, Carla asegura que lo primordial es entender que la musicoterapia en el ámbito sanitario “no tiene nada que ver con dar un concierto en el pasillo de un hospital”. Algo que, afirma, es “maravilloso”, pero no tiene en cuenta factores como la propia singularidad del entorno en el que se trabaja: un hospital.
“Un concierto en un mal sitio es ruido. Tocar mientras unos profesionales hacen un proceso de quimioterapia pasa a ser algo beneficioso”, detalla Navarro. Además, tener claras las diferencias con la música resulta fundamental. Como siempre se ha dicho, “zapatero a tus zapatos”. O lo que es lo mismo, que cada cual ayude en lo que buenamente pueda o, mejor dicho, en lo que sepa.
“Si yo me voy con una amiga a tomar un café y a contarle mis problemas, es una amiga, no una psicóloga. Cada uno tiene su profesión, y por ello no pasa nada”. Así es como Carla defiende la musicoterapia y rechaza las ideas preconcebidas de los que la desconocen.
Estimular la comunicación, fomentar el desarrollo del cerebro o favorecer el progreso emocional son solo algunos de los beneficios que conlleva la musicoterapia. Eso sí, siempre debe llevarla a cabo un terapeuta especializado o experto que sepa adaptar las sesiones a cada persona.
Navarro concluye que “se trata de saber para qué hacemos las cosas”. Es decir, hay que entender por qué se aplica la música al ámbito sanitario, en este caso. Y por qué se hace de un determinado modo -muy controlado- y no de otro. Solo así se pueden obtener los múltiples beneficios de la musicoterapia.
Momentos difíciles
No es oro todo lo que reluce. Es cierto que los beneficios que trae la musicoterapia son muchos, pero las situaciones a las que hay que hacer frente no resultan un camino de rosas. De hecho, acompañar a fallecer [sic] a los más pequeños -porque sí, a Carla le ha tocado pasar por este trance en más de una ocasión- se vuelve una situación muy difícil.
Es consciente de que estos momentos difíciles son “el peaje que se paga” por prestar ayuda como musicoterapeuta. “Todos y cada uno de los niños que he acompañado a fallecer han dejado una huella en mí y un zarpazo en mi corazón. Hay muchos a los que les acompaño a fallecer en los brazos de sus padres. Sé cuáles son sus músicas, hemos compartido mucha vida juntos”, relata una conmovida Navarro.
“No me voy cuando llega su final de vida. Los acompaño y los despido con música y con amor, facilitando también la despedida a sus padres. Todo ese acompañamiento es más hermoso cuando alguien a quien conoces te acompaña en el proceso final de vida. Cuando fallecen los niños, solemos ir al tanatorio. Si las familias quieren, incluso tocamos en su funeral. Se me caen las lágrimas y hay veces en las que no me sale la voz. Pero, al fin y al cabo, honramos la vida de cada uno de los niños a los que acompañamos”, concluye esta musicoterapeuta.
Porque la música -aplicada al ámbito sanitario a través de un profesional- resulta más que beneficiosa. Y es que, tal y como afirma la propia Navarro, “cuando la música suena, se caen todas las barreras”.
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